Tener cuerpo
Extracto del libro “El cuerpo tiene sus razones” de Therese Bertherat.
Sobre la cotidiana y no percibida fragmentación del propio cuerpo.
REDUCIR EL VIENTRE
Si las personas se fijan en su vientre es porque no ven otra cosa. Literalmente. Los ojos humanos se hallan situados de tal forma que la mirada se dirige hacia adelante y hacia la parte delantera del cuerpo. Tan pronto como el vientre sobresale un poco, se le ve y, muy a menudo, sea abultado o no, se le ve como excesivo.¿Por qué?
Volvamos a H., que quería eliminar un vientre que no existía, me atrevería a decir, más que en su cabeza. Ya hemos visto cómo su cuerpo se rebelaba contra la educación inculcada por su madre y cómo, por su actitud frente a su hija, renegaba de su propia maternidad. ¿No cabe en lo posible que “vientre” significase para ella “madre” y desease, en realidad, desembarazarse de la influencia de su madre y de su presencia en ella misma?No intentemos demasiado extraer conclusiones. Pero no nos impidamos tampoco planteamos cuestiones.Sobre todo cuando se sabe que millones de mujeres no sueñan más que en disminuir su vientre.Ven su vientre, redondo por naturaleza, como un vientre abultado. En aras de la moda, dicen,están dispuestas a todo para tener el vientre que por definición no pueden tener: un vientre de muchacho. En cuanto a los hombres, se sienten con frecuencia humillados por tener un vientre “de mujer”.¿No desearán acaso ser planos para no ver al bajar los ojos más que su sexo en erección?Aunque es posible que esta imagen plana tan deseada corresponda a nuestros miedos ocultos,pero también a la realidad de los límites de nuestras percepciones. Las muy interesantes experiencias de Paul Schilder, que con frecuencia he hecho practicar a mis alumnos, indican que nos vemos en dos dimensiones, no en tres.La experiencia consiste en pedir a la persona que se describa como si se encontrase frente a sí misma y se viese, por lo tanto, desde el exterior. Se obtiene entonces la descripción de una imagen fija, sin peso y sin volumen, como el reflejo en un espejo mal iluminado o una foto un poco velada y, frecuentemente, poco reciente. De modo que, al desear ser planos, parece que tratamos de coincidir con la percepción visual y limitada de nosotros mismos. Una percepción más profunda¿no nos conduciría, en consecuencia, hacia el correspondiente cuerpo en su plenitud? Para conocer nuestra “capacidad”, nuestra “cabida”, ¿no es preciso considerarnos en volumen?Centro de gravedad del cuerpo, punto de convergencia de su centro vital en que el alimento se convierte en energía, primer lazo a través del cordón umbilical, con la vida, el vientre no parece ser respetado más que por los orientales.En Occidente, ese centro se ha convertido en blanco. . . de nuestro desprecio. Consideramos la cabeza como el lugar más destacado del cuerpo. Siguen el corazón, los pulmones, la parte llamada”noble”. Y después vienen las vísceras, el vientre, los órganos genitales y ese nervio al que sellama “vergonzoso” que los inerva: la parte inferior. Tan orgullosos nos sentimos de tener pensamientos y sentimientos elevados como preferimos ignorar nuestras bajas sensaciones.
Soportamos mal el vernos obligados a reconocer la existencia de nuestro vientre cuando se muestra a nuestros ojos o cuando se deja sentir, especialmente a través del dolor. Aún recuerdo los consejos de un profesor de “urbanidad” que teníamos en el colegio: “Si en el transcurso de una comida, os sobreviene un cólico o cualquier otro dolor de vientre, será preferible abandonar la mesa llevándose la mano a la frente, para que se piense en una jaqueca.”Molestias digestivas, estreñimiento, úlceras. . . No se acabaría nunca de enumerar las enfermedades psicosomáticas que se sitúan en la “parte inferior”. Somos conscientes de nuestro vientre porque lo vemos, y también porque nos causa sufrimiento. Porque la vista y el sufrimiento son los principales medios de percepción de aquellos que no poseen más que una conciencia parcial de su cuerpo.Todas estas consideraciones no pretenden, sin embargo, excluir el hecho de que existen vientres deformes y fláccidos, y la voluntad válida de reducirlos y darles firmeza. ¿Pero cómo se actúa?. Se pedalea en el aire, se hacen las “tijeras”, la “bomba”. Empeñándose en trabajar únicamente los músculos abdominales – ¡ay, los abdominales!-, no viendo más que a ellos, con una visión, por lo tanto, fragmentaria del cuerpo, sólo se consigue las más de las veces dañar la región lumbar. Claro está, a fuerza de pedalear centenares de veces se llega a conseguir un vientre duro. Pero, en la medida en que los ejercicios fuerzan a arquear la espalda, que, a su vez, empuja el vientre hacia adelante, se obtendrá un vientre duro. . . y abultado. Además, su dureza no será duradera salvo a condición de no parar nunca de “hacer ejercicio” y, en consecuencia, de no parar nunca de dañarse la espalda. ¿Por qué? Porque sólo se tiene en cuenta el efecto —un vientre fláccido—, sin buscar más allá la causa. En realidad, no es en absoluto el vientre el que merece atención. Lo urgente es relajar las contracciones de la espalda. Sólo después de relajar los músculos de la espalda se verá aplanarse el vientre. En el capítulo siguiente, daremos explicaciones más amplias a propósito de la espalda, esa parte de nosotros mismos que nos es desconocida, que escapa a nuestra mirada y, por lo tanto, a nuestro control, esa parte que los otros ven sin que sepamos lo que revela sobre nosotros. Pero hay que empezar a comprender desde ahora mismo la interdependencia entre los músculos anteriores y los posteriores, llevando a cabo esa pequeña experiencia.Póngase de pie, con los pies paralelos y cuidadosamente juntos, los dedos gordos en contacto, las caras internas y los talones también. Compruebe que los pies se encuentren bien orientados con respecto al centro del cuerpo.Deje caer la cabeza hacia adelante. La parte superior del cráneo debe dirigir el movimiento, haciendo que la nuca se incline y aproximando la barbilla al esternón. Resulta fácil decirlo, pero comprobará que este movimiento no es tan fácil de realizar. O bien, simplemente, la cabeza no obedece y no baja en absoluto, o bien la nuca no consigue salir de entre los hombros. O si la nuca logra doblarse como el cuello de un cisne o de un caballo, se producirán torsiones, e incluso verdaderos dolores, en toda la espalda.Si consigue que su nuca se incline, deje actuar a toda la parte superior de la espalda. Los brazos deben pender hacia adelante, como los de un pelele. Y se dará cuenta enseguida de que los pies quieren apartarse.¿Por qué motivo? Para recobrar el equilibrio, se me dirá. Pero existe una explicación más justa,que daremos más tarde. De momento, mantenga los pies juntos. Y continúe bajando. Pero no se esfuerce de ningún modo, no efectúe movimientos de vaivén para poder llegar más lejos.Simplemente, déjese bajar como si toda la espalda fuese lentamente arrastrada por el peso de la cabeza.Vea ahora hasta dónde llegan las manos que penden. ¿A la altura de las rodillas? ¿A la altura de las pantorrillas? ¿A la altura de los tobillos? ¿Hasta el suelo? En el caso de que las manos lleguen hasta el suelo, mírese bien las rodillas. Tiene los ojos bien situados para eso. Hay muchas oportunidades de que las rodillas se hayan vuelto la una hacia la otra. ¡Y en efecto, están completamente hacia adentro! Examínese los pies. Los dedos gordos se separan, acentuando un posible hallux valgus (Desviación del dedo gordo del pie. [T.]) o una callosidad en la base del dedo gordo.¿Las palmas de las manos se apoyan en el suelo, planas, bien centradas con el cuerpo? ¿Las rodillas se mantienen juntas, tensas, vueltas hacia el exterior? ¿Las piernas están rectas, con las rodillas situadas verticalmente respecto del astrágalo? ¿Y la cabeza? ¿Está suelta, pendiente?Entonces, ¡bravo! Estoy segura de que posee un vientre plano, musculado, sólido, y de que toda su musculatura posterior es flexible, relajada.Pero quizás haya abandonado ya hace tiempo porque habrá descubierto inmediatamente que es”demasiado corto”, que le faltan de veinte a treinta centímetros. Quizá se haya dicho: “No tengo flexibilidad. ¿Qué me ocurre?”Lo que ocurre es que la rigidez que se siente en las piernas corresponde a la de la musculatura posterior en su totalidad, desde la parte de atrás de la cabeza hasta la planta de los pies. No sé es”demasiado corto” por delante, sino por detrás. Las desviaciones de las rodillas y de las articulaciones de los pies lo demuestran.Los huesos se sitúan al sesgo cuando los músculos se han acortado, y las articulaciones se deforman cuando ese acortamiento se transforma en rigidez permanente. El acortamiento de toda la musculatura posterior es la causa de ese vientre prominente que tanto disgusto produce. La tensión de la parte posterior del muslo origina esa parte delantera del muslo blanda y algodonosa que disgusta también (sin unos hermosos cuádriceps, no se disfrutará tampoco de una hermosa postura de la cabeza). Y la rotación interna de las rodillas provoca los paquetes de grasa en las caderas que todos los masajes son incapaces de disolver, salvo de manera temporal. La flaccidez de la parte anterior se debe a una excesiva tensión en la parte posterior.Quizás estas conclusiones puedan sorprender; me explicaré más ampliamente sobre ellas en el siguiente capítulo. No obstante, creo que se comenzará ya a comprender que los ejercicios clásicos para muscular los muslos o el vientre actúan en contra del resultado que se espera. Se ve bien claro que no se puede trabajar separadamente la parte del cuerpo que parece necesitarlo. Al contrario. El “defecto” no es más que la consecuencia de una causa que se sitúa en otra parte y que permanece a menudo oculta porque se halla, literalmente, a nuestras espaldas.Percibirnos de manera fragmentaria nos deja, pues, tan vulnerables como un avestruz y elimina la posibilidad de actualizar todos los recursos de flexibilidad y belleza subyacentes en nuestro cuerpo,que es, lo sepamos o no, una unidad indisoluble.Palpándose los músculos y tomándose el tiempo necesario para darse cuenta de lo que uno siente,se empieza a conocer el cuerpo mejor que basándose sólo en el testimonio de los ojos. Quizá la pequeña explicación de la organización y la simetría del cuerpo que voy a exponer servirá de ayuda para que cada uno comprenda mejor el suyo.
Confieso que gracias a un dibujo de mi hijo de siete años que representaba un monigote (o un árbol) se me apareció bien clara la analogía entre los miembros superiores y los miembros inferiores. Así, tenemos un hueso en el brazo (el húmero, con una cabeza humoral que se articulación el omóplato) y un hueso en el muslo (el fémur, con una cabeza femoral que se articula en el hueso ilíaco de la pelvis). El antebrazo y la pierna poseen dos huesos cada uno. La mano está formada por veintisiete huesos y todas las articulaciones correspondientes, que le permiten una muy amplia gama de movimientos, de una maravillosa precisión. El pie está formado por veintiséis huesos y todas las articulaciones correspondientes, que, normalmente, le conceden posibilidades casi tan numerosas. (¿Pero cuántos de nosotros tenemos unas manos rígidas, “torpes”, y unos pies que parecen fundidos en un solo bloque, como pedestales más bien?) Lo mismo que las ramas y las raíces de un árbol, las extremidades del cuerpo humano van ramificándose,afinándose.Caja craneana, caja torácica, pelvis (Del latín pelvis, lebrillo, barreño. [T.]) tienen en común, no sólo sus nombres de recipientes, sino el hecho de hallarse las tres articuladas con la columna vertebral.¿Y la columna vertebral? ¡Qué misterio para la mayoría de la gente! Se sabe quizá que la constituyen treinta y tres vértebras por que se acuerda uno de haberlo leído u oído. Pero cuando se pide a alguien que se eche boca arriba y diga cuántas vértebras siente contra el suelo, la respuesta oscila corrientemente entre dos y una docena. Olvidamos que la columna vertebral empieza en el cráneo, que la primera vértebra (el atlas) lo sostiene. Y que la nuca y sus siete vértebras forman parte de la columna. Con la misma frecuencia, a menos que algunas de las vértebras, más salientes, se hagan sentir dolorosamente, se ignora la región dorsal, con sus doce vértebras,donde se articulan los doce pares de costillas. La región lumbar parece la mejor conocida,naturalmente porque se daña con facilidad. Pero por regla general forma un arco de círculo y no hay manera de sentir cómo las cinco vértebras reposan sobre el suelo. El sacro sí que reposa sobre el suelo. Incluso a veces se encuentra uno en equilibrio doloroso e inestable sobre él. Pero el minúsculo cóccix sólo puede notarse cuando uno “cae sobre el cóccix”. Sin embargo, se le maltrata muy a menudo y aparece en extrañas posiciones -en forma de anzuelo o de sacacorchos— que afectan al resto de la columna.Raros son los que se dan cuenta de las semejanzas entre la cabeza y la pelvis, ambas redondeadas y capaces de enrollarse armoniosa mente la una hacia la otra, con todas las apófisis espinosas aparentes… si alguna zona muerta no se lo impide.A veces, los que han empezado a trabajar su cuerpo se asustan (sólo ellos saben por qué) y abandonan: “De acuerdo. Tengo una impresión fragmentaria de mi cuerpo. Mala suerte. De todas maneras, no es como si padeciese una enfermedad.”No les contradigo. No es mi misión persuadirlos o enseñarles contra su voluntad. Pero en ocasiones me dan ganas de decirles que sí, precisamente, que la percepción parcial del cuerpo se asemeja a una enfermedad… a una enfermedad mental. Lo que en el ser normal llamamos la fragmentación de las percepciones corporales puede llegar a límites patológicos. No sólo el enfermo carece de la conciencia de su cuerpo como de una unidad, como un lugar preciso y homogéneo, sino que percibe sus diversas partes como parceladas, como físicamente separadas unas de otras. Por ejemplo, sentado en su sillón, puede lanzar de pronto un grito de dolor porque”su pie acaba de ser atropellado por un coche en la plaza de la Concorde”, o bien puede reclamar que se celebren funerales por su brazo, que “ha muerto mientras él dormía”.Naturalmente, no todo aquel que no posee una conciencia de su cuerpo como totalidad o cuyo cuerpo incluye numerosas zonas muertas es forzosamente un esquizofrénico potencial. Pero se trata sin la menor duda de un enfermo potencial, en la medida en que descuida ciertas partes de su cuerpo porque no existen para él, abusa de las otras por compensación y bloquea la libre circulación de la energía necesaria para su bienestar.Pero lo más grave es que su enfermedad naciente, solapada y con frecuencia insospechada,resulta contagiosa. Sus allegados -sus hijos especialmente- son los más vulnerables. ¿Cuántas deformaciones -espaldas encorvadas, cabezas caídas, incurvaciones excesivas, andares de pato-,que preferimos achacar a la herencia, se deben en realidad al mimetismo del niño? Negarse a tomar conciencia del propio cuerpo ¿no significa negarse a aceptar una responsabilidad mucho mayor de la que tenemos con respecto a nosotros mismos?Pero no solamente abandonan su trabajo corporal quienes saben que sufren pequeños malestares corrientes.
La abdicación más dramática de toda mi experiencia fue la de N., una mujer de cincuenta años.Padecía una gravísima deformación de la columna vertebral que le producía una gran joroba, penosos trastornos digestivos, piernas amoratadas, ojos hinchados y terribles jaquecas que la forzaban a guardar cama. N. detuvo su trabajo en el mismo momento en que se hizo patente que podía curarse.Desde el principio, pareció desafiarme a mejorar su condición. Pero al mismo tiempo se comportaba como si poseyese ya o hubiese poseído siempre un cuerpo normal. Mirando hacia otro lado, en tono indiferente, no hablaba más que de modas, de sus nuevas adquisiciones vestimentarias, de sus veladas mundanas. No tenía nada que decir sobre su cuerpo. Eso no era su tema. No era el tema.La trataba siguiendo el método Méziéres, del que hablaré amplia mente en el próximo capítulo. Por el momento, digamos tan sólo que se trata de un método natural, que exige del enfermo la conciencia de su cuerpo, su cooperación total. Pero N. parecía ausente de su cuerpo, hasta el punto de no admitir jamás que sentía dolor, aunque yo sabía muy bien que mi actuación sobre su cuerpo tenía por fuerza que ser extremadamente dolorosa. A causa de la gravedad de sus deformaciones y de su falta de participación, me vi obligada a contratar una ayudante, para tratar de suplir en cierto modo su presencia.Tras un año de trabajo semanal, logramos restablecer una circulación sanguínea casi normal en las piernas, devolver la vida a la piel seca y escamosa de la espalda, eliminar los trastornos digestivos y reducir la agudeza y la frecuencia de las jaquecas. A cada etapa de sus progresos, N.se tornaba más agresiva. Se hubiera dicho que se enfadaba contra su propio cuerpo por cooperar a pesar de ella, porque, en la penosa lucha que entablábamos cada semana, su cuerpo se ponía de “mi” lado más que del suyo.Al final del segundo año de tratamiento, se hizo evidente que las exageradísimas curvaturas de la columna se modificaban. N. había crecido centímetro y medio. Al contarme que se había visto obligada a reformarse la ropa, adoptaba un tono de reproche. Lo mismo que cuando me decía que por mi culpa “perdía” dos horas en la autopista por cada hora que pasaba conmigo.Al fin hubo una sesión en que dio un viraje decisivo. Su cuerpo cedía a nuestros esfuerzos. Inclusollegamos, aunque sólo por un momento, a enderezarlo por completo. En mi alegría, le comuniqué que nos hallábamos a punto de recoger el fruto de nuestro trabajo, que, a partir de las próximas sesiones, las transformaciones serían visibles, innegables. Este “estímulo” produjo, me temo, el efecto contrario al que yo esperaba. En todo caso, al día siguiente me telefoneó para decirme que no vendría más, que estaba demasiado ocupada. Y además, aquellas dos horas de camino…Durante mucho tiempo traté de comprender. Me decía que el conflicto le pertenecía, que se libraba en su interior y que yo no tenía nada que ver en él. Pero me sentía implicada, frustrada, inclusoculpable. Como si hubiera entrado como una intrusa en una casa ocupada por fantasmas celosamente defensores de sus poderes. Me hice muchas preguntas sobre el papel que yo había representado en aquella oscura y ambigua batalla que ella precisaba perder para poder triunfar.Batalla en la que, a mi modo de ver, me consideraba no como un aliado, sino como un adversario al que sólo podría vencer con la astucia.—Desconfíe del cuerpo -me dijo hace mucho tiempo un psicoanalista que había asistido a una de mis clases—. Nuestros cuerpos pertenecen al dominio de la madre. Al abordar al ser a través del cuerpo,entra usted directamente en las capas arcaicas de la personalidad.Transferencia, contra transferencia… Las etapas de la relación entre el enfermo y el psicoanalistaestán codificadas; hay que pasar por ellas. Pero en el trabajo del cuerpo, en este trabajo esencialmente no verbal, ¿qué palabras utilizar? ¿Qué código puede ser el apropiado, si no el —secreto, indecible- de las sensaciones?